Capitulo 12
Ese día también le llevó comida su madre a Feinan. Este se lo tragó de inmediato. Sus heridas ya se estaban curando y ya podía hablar sin toser, pero estaba claro que le quedarían unas cicatrices impresionantes que le recordarían la mala experiencia pasada.
- Tengo que contarte una cosa. –le dijo su madre triste.
- Dime.
- Han enviado unos soldados para inspeccionar Segelia. Han partido hoy mismo, a la mañana, junto con tu padre.
- ¡¿Qué?! ¡Tenéis que impedirlo! ¡Tenéis que impedir que maten a gente inocente! –dijo gritando, histérico. No se lo podía creer.
- Calla. Que sino nos pillan. –le advirtió su madre- Kyle está pensando en un plan para sacarte de aquí, tenemos que esperar. Si encuentran a Reira la traerán a palacio y entonces convendrá que estés vivo. No hagas tonterías y espera. –Feinan escuchaba con atención lo que le decía su madre mientras cerraba los puños de pura rabia- ¿Sabe ella que es la elegida?
- Entonces no se podrá esconder… ¿Sabe quién eres?
- Sabe que me llamo Feinan, que soy de Nilanda y que tenía la misión de buscar al último elegido. Nada más.
- ¿No le contaste que eres uno de los elegidos y el príncipe de Nilanda?
- No. No quería que me odiara.
- ¿Por qué iba a odiarte? –preguntó su madre asombrada.
- Da igual. Odia la “nobleza”. Igual que yo he empezado a hacerlo. –hizo una pausa- Si la encuentran y si la traen, ayúdala. Ayúdala, por favor. Y si al principio no confía en ti, cuidado con la cuchilla de su tobillo –le advirtió sonriendo.
- Lo haré, hijo. No te preocupes –y le sonrió con dulzura, con una dulzura propia de una madre.
- Confío en ti, mamá.
Los planes de su padre, el rey, seguían adelante y unos diez soldados lo acompañaban en dirección a Segelia, en mi búsqueda, con la intención de torturarme y matarme delante de Feinan. Me quedaban unos pocos días de tranquilidad y yo no estaba al corriente de ello.
***
Me desperté en casa de Michelle pero estaba impaciente por ir a mi casa a darle la nueva noticia a mi abuela. Me sentía muy contenta.
- ¡Michelle, me voy a casa, volveré para comer! –grité desde la entrada.
- ¡Entendido! –respondió ella.
Salí corriendo de allí y llegué en poco tiempo a casa.
- ¡Abuela! ¿Dónde estás? ¡Abuela!
- Pero ¿qué sucede, mi niña? –oí la voz de mi abuela que provenía de la cocina. Corrí hasta ella y esbocé una sonrisa al verla.
- ¡Estoy prometida! –grité y luego le expliqué- solo prometida, no me caso todavía ni estoy embarazada ni nada de eso pero… ¡Pues eso! –mi abuela me abrazó.
- Felicidades, pequeña. ¿Pero estás segura de que ese muchacho sabrá cómo criar a sus hijos?
- Estoy segurísima abuela. Lo tendrías que haber visto ayer cómo se comportaba con los niños a los que Michelle les cuenta historias. Había una niña muy tímida… -y le conté todo lo ocurrido.
- Si tú eres feliz, yo también lo seré –me dijo al final- solo deseo que la guerra acabe antes de que cumpláis los dieciocho.
- Igual que yo -le recordé. No quería que me pasara lo mismo que al primo de Jaden y a su novia.
Me fui a mi cuarto y me tumbé en la hamaca que tenía como cama. ¡¿Por qué todas las veces que me quedaba sola se me tenía que venir Feinan a la cabeza?! ¡No quería pensar en él! ¡No! ¡No! Y ¡No!
Pero era inevitable. Todavía no me había quitado el colgante que me dio. Lo intenté un par de veces pero luego volvía a ponérmelo. “¿Por qué no puedo dejar de pensar en ti, Feinan?” –No dejaba de preguntarme dentro de mi cabeza- “¿Es posible olvidarte o viviré así lo que me queda de vida?”
Lo que yo no sabía era que los elegidos podían vivir eternamente, a menos que te maten, claro está.
De pronto oí y vi como una piedra se estampaba contra mi ventana medio rota (no sé cómo no se rompió con el golpe). No me hacía falta acercarme y mirar para abajo para saber quién era. Oía su latido y olía su olor. Eso era suficiente para adivinar de quién se trataba, era Jaden.
- ¿Entrenamos? –me preguntó mientras levantaba su espada.
- Por supuesto –le respondí y baje corriendo con mi arco en las manos.
Fuimos al bosque, al campo de entrenamiento improvisado de Feinan. El lugar me recordó a él pero aparté de inmediato esos pensamientos de mi cabeza.
Jaden era buen entrenador. Me enseñó muchos trucos que se hacían con la espada y luego hicimos una pelea de mentira. Yo tenía ventaja: podía percibir con mis sentidos mejoradísimos lo que iba a hacerme. No era justo, tenía que contárselo, merecía saberlo y no solo porque le hacía trampa sino porque era mi prometido.
- ¿Por qué?
- Porque tengo que contarte una cosa.
- ¿El qué?
- Siéntate. –y nos sentamos los dos- Júrame que cuando lo sepas no me abandonarás y que me seguirás queriendo igual que ahora. Ah, y no te asustes.
Le conté lo que podía hacer y también que mis sentidos habían mejorado un montón. Él al principio no me creyó pero cuando levanté todas las raíces de los árboles del alrededor y casi se los clavo, gritó: ¡Voilà! ¡Te creo! Te creo!
- Impresionante –dijo- ¿Sabes? No te abandonaré nunca porque te quiero aún más que antes. Eres distinta, única, impresionante. –yo me acurruqué más contra él.
- Gracias. –le agradecí y él me besó en la cabeza. Se me quedó mirando- ¿Qué miras?
- Te miro a ti. Me gusta hacerlo.
- Loco –le dije y me reí. Luego me tumbé.
- Loco por ti –y se tumbó encima de mí, besándome.
***
Ya había pasado una semana y los soldados junto con el rey de Nilanda ya habían llegado a nuestro humilde pueblo.
Nuestros reyes nos ordenaron que nos reuniéramos todos en la plaza. Todos, incluidos los bebes recién nacidos. El rey y un mensajero real estaban en el gigantesco balcón del castillo, y debajo, junto a un carruaje en el que vinieron los de Nilanda, se encontraban diez soldados.
Yo estaba con Jaden y Michelle contemplando el movimiento que había a nuestro alrededor. El mensajero empezó a hablar y dijo un montón de cosas de la guerra que no le hice caso (eran asuntos de armas) pero de pronto oí que decía el nombre Feinan y presté mucha atención.
- Después de que el príncipe de Nilanda, el joven de 16 años, Feinan, nos traicionara al no encontrar al elegido y atreverse a contradecirle a nuestro rey, su propio padre, fue duramente castigado. Sin embargo, no lo mataron, es uno de los elegidos, el elegido del fuego y lo necesitamos para la guerra.
No me podía creer de lo que me había enterado. Sentía tanta rabia que intenté gritar y destrozar cualquier cosa pero Michelle y Jaden me sujetaron. ¡No me había dicho que era el príncipe y tampoco uno de los elegidos! El mensajero siguió hablando y creo que el rey nos estaba mirando (éramos los únicos que se movían).
- Hemos venido en busca del último elegido. Sabemos que se encuentra aquí, en esta plaza, entre vosotros –el padre de Feinan se acercó para vernos mejor- Si sería tan amable de decirnos quién es, nos ahorraríamos el mal trago de “registraros” a todos. Desde el más pequeño, al más grande.
Oír eso ya fue la gota que colmó el vaso. Me subí al balcón de la casa que tenía al lado y preparé el arco para disparar. No me importaba lo que le sucediese a mi vida pero estaba segura de que si no hacía algo matarían a personas inocentes, hasta bebes recién nacidos.
- ¡Baja de ahí! –me ordenó Jaden y no le hice caso- ¡te digo que te bajes o te bajo yo!
Subió para buscarme y consiguió bajarme de allí pero ya fue demasiado tarde.
- Traédmelos –ordenó el rey, el padre de Feinan- ¡quien osa interrumpirme y tener la desfachatez de subirse ahí en medio de mi charla! -añadió gritando.
Los soldados corrieron a buscarnos y toda la gente se apartó de inmediato, por miedo a que les matasen. Jaden consiguió matar a uno pero en seguida lo atraparon. Yo le entregué el arco a Michelle y le ordené que se escondiera. Entonces vinieron a por mí y me arrestaron.
Nos llevaron al gigantesco balcón donde se encontraba el rey y…
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