Capitulo
13
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Decidme quién es el maldito elegido… sino… ¿A quién os apetece
que mate primero? –les dijo el padre de Feinan a los habitantes que
estaban aterrados en la plaza. Luego nos inspeccionó a nosotros- ¿No
hay respuesta? Entonces… creo que empezaré por la chica.
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¡Ni se te ocurra! –le advirtió Jaden.
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Oh… que pena… parece que encima son parejita. –sonrió malvadamente.
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¡Mátame a mí y déjala a ella en paz! –sugirió Jaden.
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¡No! –grité- Ha sido culpa mía que estemos aquí. Él no tiene
nada que ver.
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Entonces tu castigo será ver cómo muere –me dijo el rey y le
clavó la espada Jaden. Él cayó en redondo al suelo. Me quedé sin
aire.- Puedes soltarla –le dijo entonces al soldado que me
sujetaba.
Las
piernas me fallaban y me desplomé en el suelo. Abracé a Jaden,
todavía seguía con vida pero no le quedaba mucho.
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Jaden, lo siento, de verdad. Ha sido mi culpa. Te quiero. Te quiero
mucho –le dije entre sollozos.
-Sshh.
No es… -respiró hondo- culpa tuya. Bésame… por última… vez.
–y lo besé como él me pidió que lo hiciera. Noté que su corazón
se paraba y me aparté para observarlo- se… feliz, con quien tú
quieras. Te quiero mucho. –sonrió, cerró los ojos y murió.
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¡¡¡NO!!! –grité a pleno pulmón y me dirigí a ese asqueroso
rey de Nilanda- ¡púdrete en el infierno!
Cuando
le dije aquello le recordé a su hijo. Le vino a la cabeza el momento
en que Feinan le dijo eso y entonces se dio cuenta:
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Hum… -dijo agarrándome por el cuello- ojos marrones… cabello
castaño… ¡Tú conoces al traidor de mi hijo! –dijo apretando la
mano y así cortándome la respiración. Luego me soltó.
- ¡Creo que la mayoría de chicas tienen los ojos y el pelo como yo! –le
recordé y estaba a punto de desenganchar mi cuchilla del tobillo
para clavársela cuando me agarró del pelo. Al menos no se enteró
de que tenía una cuchilla.
-
No. Sé que a ese traidor de Feinan le gustarías. Sois igual de
deseducados y rebeldes –miró a unos soldados y dijo- Llevadla a
palacio y encerrarla en el calabozo. Los demás y yo volveremos
dentro de dos semanas, junto con el elegido.
Me
arrastraron a uno de los carruajes en el que habían venido y
mientras pude ver como Michelle lloraba e intentaba llegar hasta mí,
pero Luisa se lo impedía. Di gracias a que mi abuela y mi madre no
me vieron en aquellas condiciones, se les rompería el corazón.
En
todo el trayecto de 7 días estuve pensando en Jaden. Lo mataron por
mi culpa y no pude hacer nada para impedirlo. Juré que me vengaría,
matando al rey de Nilanda, al padre de Feinan.
Dos
soldados estuvieron preguntándome cosas como cómo conocí a Feinan,
qué hicimos juntos, quién era Jaden, si conocía al elegido… pero
los ignoré. No quería hablar con asesinos como aquellos.
Llegamos
al pueblo y cuando estábamos pasando por las calles, noté cómo la
gente posaba la mirada en mí y no me gustó nada. Ya tenía el
palacio delante y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
Era
impresionantemente grande y tenía la puerta de entrada hecha con
oro. Sí que serán ricos –pensé- no me extraña que a ese idiota
quisiera carne.
Me
arrastraron hasta la sala del trono y:
-
Mi reina, el rey nos ordenó que metiéramos a esta muchacha rebelde
en el calabozo. Os informo de ello –le dijo un soldado y yo miré
para arriba con la intención de ver qué aspecto tenía la madre de
Feinan pero el que me sujetaba me empujó la cabeza abajo. Como la
reina no dijo nada, me llevaron directamente al calabozo.
Había
cuatro celdas y dos estaban bacías. Me encerraron en la primera por
lo que no pude ver quién estaba en la otra, al lado de la mía.
Cuando
los soldados se alejaron saqué la cuchilla y empecé a dar
cuchillazos por todas partes con la intención de que algo se
rompiera y tener la posibilidad de escaparme de allí, pero lo único
que conseguí fue cansarme y que el corazón me latiera a mil por
hora.
Dio
la casualidad de que Feinan estaba escuchando mi latido de la flor
del puñal y mi latido del corazón real y se dio cuenta de que la
que estaba encerrada al lado suyo, era yo.
-
¿Reira? –preguntó dándome un susto enorme. La voz me sonó
familiar y no tardé mucho en darme cuenta de quién lo preguntaba.
Así que no le respondí- ¿Eres tú? -se le pusieron los ojos vidriosos.
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Déjame en paz, alteza –le dije secamente y decidí no hablarle
más. Estaba demasiado enfadada como para hablarle.
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Lo siento mucho por no habértelo contado. Entiendo que ahora no
quieras hablarme pero solo quiero que sepas que lo siento mucho.
Clavé
por última vez la cuchilla en la pared y empecé a llorar
silenciosamente mientras me acordaba de Jaden.
Pasó
un rato bastante largo y apareció la madre de Feinan. Me resultó
bastante raro que viniera al calabozo, las reinas no suelen ir allí,
pero pronto entendí para lo que había ido. Aún así le di la
espalda, no quería ninguna cosa que me dieran para comer. Luego fue
a donde Feinan.
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¿Cómo van las heridas? –le preguntó.
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Igual que ayer –respondió este con una irónica sonrisa.
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Pegarle a su propio hijo… -recordó su madre en voz baja pero
nosotros pudimos oírla.- Por cierto, ¿Cuántos latigazos fueron?
¿Latigazos?
¿Igual que sucedía en mi pesadilla que tuve en el acantilado?
Entonces supe que todo había sido real, el dolor que sentí era de
Feinan.
-
No quiero pensar en eso mamá, la verdad es que no me acuerdo. Tenía
bastante con estar allí como para empezar a contarlos.
-
Cincuenta –dije interrumpiéndolos y asombrándolos por haber
hablado- Fueron cincuenta.
-
¿Cómo lo sabes? –me preguntaron los dos a la vez, al unísono.
-
No me apetece hablar –les dije secamente y me quedé mirando la
pared que tenía en frente.
La
reina vino y agarró los barrotes de mi celda con expresión de
tristeza y dulzura a la vez. Se veía que era buena persona pero aún
no confiaba en ella.
-
¿Qué te pasa, Reira? Quizá podamos ayudarte.
Yo
no le respondí. Se me llenaron los ojos de lágrimas pero seguí
mirando la pared de piedra, intentando no derramar niguna.
-
Llorar es bueno cuando lo necesitas. –me aconsejó viendo cómo
estaban mis ojos.
-
Ella no llora. Se niega a hacerlo.–argumentó Feinan desde elotro lado.
- ¿Por qué? Es una forma de expresar afecto... no es nada malo.
- Sí que lo es. Demuestras debilidad, que no te puedes defender. En Segelia sino te toman por una pluebereña inútil. Y además, de regalo te dan latigazos -añadí. Feinan se sintió mal.
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Entonces desahógate...–sugirió su madre.
Y
al final exploté:
-
El padre de aquel, –dije señalando la celda de Feinan- tu marido, ¡a matado a mi prometido! –grité de pura rabia- Ya lo sabes
¿Contenta?
-
¡¿Prometido?! –gritó Feinan alucinando.
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Lo siento mucho, cariño –me dijo su madre.
-
Y yo lo siento por ti porque cuando salga de aquí te quedarás sin
marido –le aseguré pero a ella no pareció importar lo que le
dije.
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No si antes lo mato yo –dijo Feinan- ¿Por cierto, quién era tu
prometido? –quiso saber.
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A ti no te importa –le espeté y su madre le lanzó una mirada como
diciendo que se callara.
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Pues sí que me importa –dijo Feinan.
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¡Feinan! –le riñó su madre.
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Pues merezco saberlo –insistió Feinan.
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Yo también merecía saber a quién besé. –contraataqué con una risa hueca.
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¡Ya te he dicho que lo siento! –me recordó- Y ahora me dirás que
es ese imbécil de Jaden.
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Pues no te lo iba a decir pero ¡Sí, era él! ¡Y no es un imbécil!
Quiero decir era… -y se me inundaron otra vez los ojos de lágrimas.
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Lo que faltaba. –dijo Feinan.
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No seas insensible, Feinan –le regañó su madre.
No
encontraba motivos para explicar por qué se comporta Feinan de
aquella manera. Y aunque yo no podía verlo, tenía los ojos llenos
de lágrimas.
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¿Por qué él? –me preguntó entonces y su madre suspiró.
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Porque me quería, mucho. –me limité a decir.
-
¿Y crees que yo no?
No
le respondí y empecé a llorar. ¡Pero por qué tenía que romper mi
promesa y llorar por culpa de él! Siempre que había llorado delante
de alguien, era por su culpa.
De
pronto oímos unos pasos y la madre de Feinan se alejó corriendo.
Era un soldado que nos traía el pan mohoso. Yo lo dejé en el sitio
en el que me puso, ignorándolo, pero Feinan se lo tiró de vuelta, dándole en
toda la cabeza, y luego se rió. El soldado fue a pegarle pero…
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Yo que tú no haría eso –le advirtió Feinan.
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¿Y porque no? –preguntó el soldado.
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Haz lo que quieras… Si quieres que te arda el cuerpo es tu
problema. –oído eso, el soldado dejó el pan dentro de la celda y
se fue sin decir nada.
Escrito por: Seira Vela
Todos los derechos de autor reservados. Se prohíben copias, parciales o totales, de la historia. Tampoco adaptaciones.