lunes, 5 de enero de 2015

Menrila: Capitulo 13

Capitulo 13
- Decidme quién es el maldito elegido… sino… ¿A quién os apetece que mate primero? –les dijo el padre de Feinan a los habitantes que estaban aterrados en la plaza. Luego nos inspeccionó a nosotros- ¿No hay respuesta? Entonces… creo que empezaré por la chica.
- ¡Ni se te ocurra! –le advirtió Jaden.
- Oh… que pena… parece que encima son parejita. –sonrió malvadamente.
- ¡Mátame a mí y déjala a ella en paz! –sugirió Jaden.
- ¡No! –grité- Ha sido culpa mía que estemos aquí. Él no tiene nada que ver.
- Entonces tu castigo será ver cómo muere –me dijo el rey y le clavó la espada Jaden. Él cayó en redondo al suelo. Me quedé sin aire.- Puedes soltarla –le dijo entonces al soldado que me sujetaba.

Las piernas me fallaban y me desplomé en el suelo. Abracé a Jaden, todavía seguía con vida pero no le quedaba mucho.
- Jaden, lo siento, de verdad. Ha sido mi culpa. Te quiero. Te quiero mucho –le dije entre sollozos.

-Sshh. No es… -respiró hondo- culpa tuya. Bésame… por última… vez. –y lo besé como él me pidió que lo hiciera. Noté que su corazón se paraba y me aparté para observarlo- se… feliz, con quien tú quieras. Te quiero mucho. –sonrió, cerró los ojos y murió.
- ¡¡¡NO!!! –grité a pleno pulmón y me dirigí a ese asqueroso rey de Nilanda- ¡púdrete en el infierno!

Cuando le dije aquello le recordé a su hijo. Le vino a la cabeza el momento en que Feinan le dijo eso y entonces se dio cuenta:
- Hum… -dijo agarrándome por el cuello- ojos marrones… cabello castaño… ¡Tú conoces al traidor de mi hijo! –dijo apretando la mano y así cortándome la respiración. Luego me soltó.
- ¡Creo que la mayoría de chicas tienen los ojos y el pelo como yo! –le recordé y estaba a punto de desenganchar mi cuchilla del tobillo para clavársela cuando me agarró del pelo. Al menos no se enteró de que tenía una cuchilla.
- No. Sé que a ese traidor de Feinan le gustarías. Sois igual de deseducados y rebeldes –miró a unos soldados y dijo- Llevadla a palacio y encerrarla en el calabozo. Los demás y yo volveremos dentro de dos semanas, junto con el elegido.

Me arrastraron a uno de los carruajes en el que habían venido y mientras pude ver como Michelle lloraba e intentaba llegar hasta mí, pero Luisa se lo impedía. Di gracias a que mi abuela y mi madre no me vieron en aquellas condiciones, se les rompería el corazón.
En todo el trayecto de 7 días estuve pensando en Jaden. Lo mataron por mi culpa y no pude hacer nada para impedirlo. Juré que me vengaría, matando al rey de Nilanda, al padre de Feinan.
Dos soldados estuvieron preguntándome cosas como cómo conocí a Feinan, qué hicimos juntos, quién era Jaden, si conocía al elegido… pero los ignoré. No quería hablar con asesinos como aquellos.

Llegamos al pueblo y cuando estábamos pasando por las calles, noté cómo la gente posaba la mirada en mí y no me gustó nada. Ya tenía el palacio delante y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
Era impresionantemente grande y tenía la puerta de entrada hecha con oro. Sí que serán ricos –pensé- no me extraña que a ese idiota quisiera carne.
Me arrastraron hasta la sala del trono y:
- Mi reina, el rey nos ordenó que metiéramos a esta muchacha rebelde en el calabozo. Os informo de ello –le dijo un soldado y yo miré para arriba con la intención de ver qué aspecto tenía la madre de Feinan pero el que me sujetaba me empujó la cabeza abajo. Como la reina no dijo nada, me llevaron directamente al calabozo.
Había cuatro celdas y dos estaban bacías. Me encerraron en la primera por lo que no pude ver quién estaba en la otra, al lado de la mía.
Cuando los soldados se alejaron saqué la cuchilla y empecé a dar cuchillazos por todas partes con la intención de que algo se rompiera y tener la posibilidad de escaparme de allí, pero lo único que conseguí fue cansarme y que el corazón me latiera a mil por hora.
Dio la casualidad de que Feinan estaba escuchando mi latido de la flor del puñal y mi latido del corazón real y se dio cuenta de que la que estaba encerrada al lado suyo, era yo.
- ¿Reira? –preguntó dándome un susto enorme. La voz me sonó familiar y no tardé mucho en darme cuenta de quién lo preguntaba. Así que no le respondí- ¿Eres tú? -se le pusieron los ojos vidriosos.
- Déjame en paz, alteza –le dije secamente y decidí no hablarle más. Estaba demasiado enfadada como para hablarle.
- Lo siento mucho por no habértelo contado. Entiendo que ahora no quieras hablarme pero solo quiero que sepas que lo siento mucho.
Clavé por última vez la cuchilla en la pared y empecé a llorar silenciosamente mientras me acordaba de Jaden.


Pasó un rato bastante largo y apareció la madre de Feinan. Me resultó bastante raro que viniera al calabozo, las reinas no suelen ir allí, pero pronto entendí para lo que había ido. Aún así le di la espalda, no quería ninguna cosa que me dieran para comer. Luego fue a donde Feinan.
- ¿Cómo van las heridas? –le preguntó.
- Igual que ayer –respondió este con una irónica sonrisa.

- Pegarle a su propio hijo… -recordó su madre en voz baja pero nosotros pudimos oírla.- Por cierto, ¿Cuántos latigazos fueron?
¿Latigazos? ¿Igual que sucedía en mi pesadilla que tuve en el acantilado? Entonces supe que todo había sido real, el dolor que sentí era de Feinan.
- No quiero pensar en eso mamá, la verdad es que no me acuerdo. Tenía bastante con estar allí como para empezar a contarlos.
- Cincuenta –dije interrumpiéndolos y asombrándolos por haber hablado- Fueron cincuenta.


- ¿Cómo lo sabes? –me preguntaron los dos a la vez, al unísono.
- No me apetece hablar –les dije secamente y me quedé mirando la pared que tenía en frente.
La reina vino y agarró los barrotes de mi celda con expresión de tristeza y dulzura a la vez. Se veía que era buena persona pero aún no confiaba en ella.
- ¿Qué te pasa, Reira? Quizá podamos ayudarte.
Yo no le respondí. Se me llenaron los ojos de lágrimas pero seguí mirando la pared de piedra, intentando no derramar niguna.


- Llorar es bueno cuando lo necesitas. –me aconsejó viendo cómo estaban mis ojos.
- Ella no llora. Se niega a hacerlo.–argumentó Feinan desde elotro lado.
- ¿Por qué? Es una forma de expresar afecto... no es nada malo.
- Sí que lo es. Demuestras debilidad, que no te puedes defender. En Segelia sino te toman por una pluebereña inútil. Y además, de regalo te dan latigazos -añadí. Feinan se sintió mal.
- Entonces desahógate...–sugirió su madre.
Y al final exploté:
- El padre de aquel, –dije señalando la celda de Feinan- tu marido, ¡a matado a mi prometido! –grité de pura rabia- Ya lo sabes ¿Contenta?
- ¡¿Prometido?! –gritó Feinan alucinando.
- Lo siento mucho, cariño –me dijo su madre.
- Y yo lo siento por ti porque cuando salga de aquí te quedarás sin marido –le aseguré pero a ella no pareció importar lo que le dije.
- No si antes lo mato yo –dijo Feinan- ¿Por cierto, quién era tu prometido? –quiso saber.
- A ti no te importa –le espeté y su madre le lanzó una mirada como diciendo que se callara.
- Pues sí que me importa –dijo Feinan.
- ¡Feinan! –le riñó su madre.
- Pues merezco saberlo –insistió Feinan.
- Yo también merecía saber a quién besé. –contraataqué con una risa hueca.
- ¡Ya te he dicho que lo siento! –me recordó- Y ahora me dirás que es ese imbécil de Jaden.
- Pues no te lo iba a decir pero ¡Sí, era él! ¡Y no es un imbécil! Quiero decir era… -y se me inundaron otra vez los ojos de lágrimas.

- Lo que faltaba. –dijo Feinan.
- No seas insensible, Feinan –le regañó su madre.
No encontraba motivos para explicar por qué se comporta Feinan de aquella manera. Y aunque yo no podía verlo, tenía los ojos llenos de lágrimas.
- ¿Por qué él? –me preguntó entonces y su madre suspiró.
- Porque me quería, mucho. –me limité a decir.
- ¿Y crees que yo no?
No le respondí y empecé a llorar. ¡Pero por qué tenía que romper mi promesa y llorar por culpa de él! Siempre que había llorado delante de alguien, era por su culpa.
De pronto oímos unos pasos y la madre de Feinan se alejó corriendo. Era un soldado que nos traía el pan mohoso. Yo lo dejé en el sitio en el que me puso, ignorándolo, pero Feinan se lo tiró de vuelta, dándole en toda la cabeza, y luego se rió. El soldado fue a pegarle pero…
- Yo que tú no haría eso –le advirtió Feinan.
- ¿Y porque no? –preguntó el soldado.

- Haz lo que quieras… Si quieres que te arda el cuerpo es tu problema. –oído eso, el soldado dejó el pan dentro de la celda y se fue sin decir nada.


Escrito por: Seira Vela

Todos los derechos de autor reservados. Se prohíben copias, parciales o totales, de la historia. Tampoco adaptaciones.


jueves, 1 de enero de 2015

Menrila: Capitulo 11

Capitulo 11
Me desperté gritando. Había sido lo peor que sentí en toda mi vida. Lo que yo no sabía era que había sido real, muy real.
Noté que estaba sudando y me aclaré la cara con agua del acantilado. Bajé al pueblo. Como todavía eran las cinco y media no había nadie. Decidí ir a casa de Michelle y desayunar.
Cuando llegué se me cayó todo lo que estaba en el cajón encima y hubo un estruendo gigantesco. Con tanto ruido Michelle acabó despertándose y vino a la cocina para ver lo que ocurría.
- ¿Pero qué andas haciendo a estas horas? –me preguntó.
- Volver del acantilado, decirte que me gusta Jaden y que se me ha caído todo lo que estaba dentro de este cajón encima. –le dije muy deprisa.
- Espera, espera, espera. ¿Qué acabas de decirme?



- Que se me ha caído… -me interrumpió.
- ¡Cómo te va a gustar otra vez ese imbécil!
Le conté todo lo ocurrido y ella se quedó boquiabierta. No se podía creer que lo hubiera perdonado. Suelo ser muy rencorosa.
- Pero tengo que confesarte una cosa. –le dije.
- Dime.
- Todavía estoy unida con Feinan de algún modo. No soy capaz de explicarlo, pero es lo que me pasa y no puedo dejar de pensar en él.
- Tranquila, estas confusa, eso es todo. -me dijo y me abrazó.

Me gustaría que todo aquello fuera confusión y nada más. Pero lo que estaba claro era que había una especie de vínculo que nos unía. Aún así, sabía que Michelle siempre estaría conmigo, y me sentí un poco mejor. Sonrei.
***


Feinan pasó toda la noche encerrado en el calabozo. Sus heridas todavía sangraban y tenía la piel desgarrada. Su padre no dejó que ningún médico lo atendiera. Le tiraron una barra de pan dura para comer, hasta tenía moho y todo.
Pero entonces apareció su madre, con cremas hechas por ella misma con hierbas curativas, aguja e hilo para cerrar las heridas y un trozo de carne bien fresca. Cuando vio a su hijo tirado en el suelo sintió como si le apuñalaran el corazón.
- Oh, mi niño. Pero que te ha hecho ese animal. Ven, acércate.
Feinan se acercó a los barrotes con la poca fuerza que le quedaba y dejó que su madre lo abrazara, aunque el abrazó le resultó doloroso. Su madre empezó a curarlo de prisa. Si la veían allí, no quería imaginar lo que le harían.
- Gracias –dijo Feinan y tosió.
- No hables hijo. Tienes que descansar y comer algo. Toma. –y le dio el trozo de carne.
- No… pienso comer carne… en la vida –dijo Feinan tosiendo.

- ¿Por qué no? Venga, hazlo, te dará fuerzas.
- No quiero… ser… príncipe. Por eso…no comeré carne… Jamás. –esta vez tosió sangre. Su madre cogió su cara con las manos y lo observó.
- Pobrecito. ¿Has encontrado a tu amor, verdad? –Feinan asintió- es ella la elegida, ¿a que sí? Y no la quieres poner en peligro. –sonrió tristemente.
- ¿Cómo… lo sabes? –preguntó Feinan asombrado.
- Soy tu madre y las madres sabemos todo. Te lo veo en los ojos. Con tal de mencionarla se te ponen vidriosos. Por cierto, ¿Cómo se llama?
- Reira. –y tosió otra vez- es… preciosa, mamá… y… la quiero… mucho. –se tambaleó un poco, mareado.
- Que suerte tiene. –dijo su madre.
- A ti… también… te quiero… mucho, mamá –e intentó sonreír como siempre lo hacía.- mira. –sacó lentamente el puñal que le di y se lo puso a su madre al lado del oído- ¿Lo… oyes?
- Casi no lo hago, pero puedo sentir como un retumbar en la flor.
- Es… su corazón… su… latido –cambió de postura- así… al menos… sé que está viva.
- ¿Cómo es que esta flor contiene el latido de su corazón? –preguntó su madre.
- Es la… elegida… de… la naturaleza. Pregúntale a… ella. –y por fin sonrió como lo hacía siempre. Dándole a su madre felicidad y tranquilidad.
Después de prometerle que el día siguiente le llevaría verdura y pasta para comer y un poco de agua, su madre se alejó de allí sigilosamente. Dejándolo acompañado de las ratas que rondaban por el alrededor.
***


Pasaron dos días y tenía que prepararme para la boda del primo de Jaden.
Jaden se empeñó en que tenía que ponerme el vestido que me puse para la fiesta del pueblo y al final le hice caso.
- Eres un pesado –le dije y suspiré. Si fuera Feinan me habría respondido: de nacimiento. Pero Jaden respondió: un poco.
Ya eran las 12:20 y Jaden no encontraba su traje.
- ¡Pero dónde se habrá metido ese estúpido traje! –gritó asqueado.


- ¿No es esa bola arrugada de ahí? –le pregunté.
- Ostras ¿y ahora qué hago?
- Ponértelo e irnos a la iglesia. –se lo puso y siguió refunfuñando.
- No puedo ir así. –dijo señalándose e intenté alisar su traje. Luego rió.
- Vamos, llegamos tarde –le recordé.
Salimos de su habitación corriendo y cuando llegamos a la iglesia estaban a punto de empezar con la ceremonia. Entramos sigilosamente pero aún así se nos quedaron mirando. Jaden le hizo un gesto de disculpa a su primo y luego señaló su traje. Su primó rió mientras negaba con la cabeza.
Nos sentamos bastante delante porque había sitios reservados para familiares y sus acompañantes y entonces empezó la ceremonia. La novia estaba preciosa y emocionadísima. El novio también tenía los ojos llenos de lágrimas. Me daban tanta pena… Se casaban hoy y la semana que venía se tenían que separar.
Terminó la ceremonia y salimos fuera, a la plaza. Todos los felicitaban y nosotros también lo hicimos.
- ¡Felicidades! –dijimos y Jaden silbó fuerte.
- Eres un loco de remate –le dijo su primo riéndose y la novia también se rió.- pronto os toca a vosotros –yo me quedé con los ojos de par en par y Jaden rió. "¿Pero qué dice este?" pensé.
- Ya veremos, ya veremos –dijo Jaden y yo le miré como diciendo: ¡¿Qué dices?! Pero en el fondo sabía que no hablaba en serio. Entonces nos alejamos de allí.
Fuimos a la casa donde estaba el pequeño banquete de verduras.
- Tengo 16 años –le advertí.


- Y yo 17 –dijo Jaden tranquilamente.
- Digo que todavía no pienso casarme –le dije directamente.
- Ni yo –dijo riendo y me rodeó la espalda con el brazo- Pero, ¿Quieres… ser mi prometida? –no podía creerme lo que me decía.
- ¿Eso que conlleva? –pregunté. La verdad es que no lo sabía, aparte de decirle que me casaría con él más adelante.
- No se… por ahora, ¿no mantener… “bueno tú ya sabes” con ningún otro? Ser mi novia... ¿Y besarme solo a mí? –dijo con una sonrisa malvada.
- Entonces… sí. –en realidad me gustaba la idea y lo besé.
- ¡Estoy prometido! –grito como un tonto.
- Calla –le dije riendo.
Mi abuela siempre decía que ya era hora de encontrar “al padre de mis futuros hijos” pero yo no tenía tantas prisas. Siempre le decía: ¡abuela tengo 16 años y no 17 o 18, y aún teniendo 18 también esperaría! Cuando le contara que estaba prometida no se lo creería.
Comimos lo que siempre comíamos, nada diferente. Normal, no había dinero. Lo diferente fue que no le dejé beber ni una solo gota de alcohol a Jaden. Fue más fácil de lo que me había imaginado, no protestó pero sí que puso mala cara.
- Tengo tanta sed… -me dijo cuando salimos fuera- no he bebido nada.
- Ese es tú problema. No has querido beber nada que no tuviera alcohol… -le recordé.


- Pero no he bebido alcohol –apuntó con una sonrisa y me agarró la mano- ¿Vamos a visitar a tú amiguita? –me preguntó.
- ¿Te parece bien ir así vestidos a una casa dónde hay muchos niños escuchando un cuento e interrumpirlos? –le respondí en vez de decir: no.
- Sí –dijo y sin que tuviera tiempo a protestar ya estaba tocando la puerta de la casa de Luisa- ¿Podemos nosotros también escuchar un cuento? –le preguntó a Michelle cuando entramos.
- Por mí… sentaos donde no tapéis a nadie.
Nos sentamos justo al final de la sala y todos los niños nos miraban sonrientes.
- Señorita Michelle –dijo una niña- ¿Son esos el príncipe y la princesa que salen en el cuento que nos estás contando? –yo me reí y Michelle nos miró. Jaden le dijo con gestos que dijera que sí y Michelle le hizo caso.
- La princesa es muy guapa –le dijo otra niña.
- Es preciosa –añadió Jaden y yo me sonrojé.
- Entonces, ¿te gusta la princesa? –le preguntó la misma niña a Jaden- ¿os casareis y comeréis perdices al final del cuento?
- Eso nos dirá la “señorita Michelle”, ¿verdad? –respondió Jaden.
- Y ¿eres tan fuerte como en el cuento? –le preguntó un niño entonces.
- Sí, sí muy fuerte –le dijo Jaden al niño de unos tres años. Luego lo cogió en su regazo y le hizo cosquillas. Siempre se le dieron bien los niños.
Luego Michelle siguió contando el cuento y los niños preguntaban un montón de cosas que ella inventaba las respuestas al instante. Finalizó el cuento diciendo que los príncipes se besaban y como consecuencia los niños se nos quedaron mirando.
- Besaos, como en el cuento –nos dijo de repente una niña de pelo rubio muy claro que me llamó la atención.
- Eso, eso –dijo otro niño.
Michelle nos miraba sonriente y yo le miré a Jaden. Él me puso su mano en la cintura y posó suavemente sus labios encima de los míos. Yo le puse mis manos entre el cuello y la cara y le devolví el beso. Todos los niños se reían y nos señalaban. Nosotros también nos reímos.


Entonces Jaden se levantó y corrió hacia los niños riendo y diciendo: ¿vosotros qué miráis? Enseguida lo rodearon y empezaron a hacerle mil preguntas. Pero había una niña que se avergonzaba y estaba un poco aparte. Jaden se dio cuenta y le dijo:
- ¿Y tú cómo te llamas?
- Daisy. –le respondió la niña mirando al suelo.
- Que bonito nombre –la niña sonrió- Ven, Daisy –y ella fue corriendo hasta él y Jaden la cogió en su regazo. Se veía que era un buen chico. Sería un buen padre también.
Yo me acerque a donde se encontraba Michelle y me senté a su lado.
- Parece uno de ellos. –me dijo.
- Es que es uno de ellos –confirmé riendo.
- ¿Desde cuándo se le da tan bien lo de ser padre?
- Padre, no sé. Pero los niños siempre se le han dado bien, hasta estando borracho y siendo imbécil.

Escrito por: Seira Vela

Todos los derechos de autor reservados. Se prohiben copias, parciales o totales, de la historia. Tampoco adaptaciones.